Por: P. Guillermo Marcó
El proyecto para despenalizar el aborto comienza una etapa decisiva: hoy se vota en la Cámara de Diputa- dos después de semanas de audiencias públicas, debates en los medios y manifestaciones. Ahora bien: el día después del discurso del presidente en el Congreso todos nos preguntábamos porqué eligió abrir este tema. Entonces dije que lo consideraba una bomba de humo para tapar los verdaderos problemas del país. Claro que mientras discutíamos la cuestión la economía estallaba igual, nuestra moneda se devaluaba y con el aporte del FMI seguiremos viviendo de prestado para pagar el despilfarro, solo que ya pasó tiempo para echarle la culpa al pasado. Si efectivamente - como creo- se puso sobre el tapete el tema de la vida humana para distraer, eso me parece éticamente grave.
Como circularon tantos mensajes, videos y discursos a favor y en contra de que se despenalice el aborto no quisiera insistir con argumentos, si- no reflexionar sobre el día después. Si la votación es favorable al aborto tengo algunas dudas sobre cómo seguiría la aplicación de esta ley. En primer lugar porque, como nos explicó el presidente al vetar la baja de tarifas, el Congreso no puede votar una ley que no tiene presupuesto. La discusión no incluyó a la comisión de presupuesto. Por tanto, cabe preguntar de dónde van a salir los fondos para el “aborto libre y gratuito”, ya que no es una enfermedad que se finan- cie como tratamiento de salud. En los países del primer mundo el aborto es legal, pero no lo paga el Estado con los impuestos de los contribuyentes. Si lo financiara de ese modo debería existir la objeción ética de conciencia impositiva.
Además, se insistió en no penalizar a la mujer que comete un aborto. Pero el proyecto penaliza al médico o al directivo de un hospital que se opone a hacerlo con penas de 2 a 5 años de cárcel. ¿Dónde queda el juramento hipocrático que obliga a los médicos a defender la vida? Se habló de incorporar la objeción de conciencia para lograr más votos, pero un legislador que defiende la vida no puede votar ni siquiera una ley más benévola porque “la vida no se negocia”.
Hemos dejado librado nuestro voto a la “conciencia de los legisladores” porque no plantearon la despenalización del aborto en la campaña, salvo Miriam Bregman, que claramente lo enarboló. Por eso, con vistas a las próximas elecciones de presidente, senadores y diputados, estaría bueno saber qué piensa cada uno en temas relevantes como los que tocan a la vida y no tener que votar en lis- tas sábanas. Porque, si el tema divide opiniones en los partidos, los votantes deberíamos saber las posiciones de cada uno para votar según nuestras convicciones y valores.
En caso de que se rechace el proyecto, espero que nadie se atribuya el logro: ni una persona, ni una agrupación, ni una institución. Somos muchos -y muchos anónimos- los que hemos trabajado solo porque estamos convencidos de que el aborto no es una solución. De todas formas, para cuidar las dos vidas queda mucho por hacer en cuanto a la contención de la mujer con un embarazo no deseado, a la necesidad de reformar la ley de adopción para que no sea como ahora tarea imposible.
Podrá preguntarse porqué estoy escribiendo sobre esta temática en este suplemento que dirijo, en donde dedico esta columna a hablar de espiritualidad. Es que la cuestión del aborto tiene que ver con la vida, con la libertad, con los valores. Hay aquí dos valores en pugna. El primero es la “libertad para elegir”. El segundo es el “derecho a vivir”. Ocurre que nadie elige si no está vivo; por lo tanto, el derecho a vivir es más básico, más elemental. La vida es un regalo de Dios. A Él y a mis padres les agradezco la posibilidad de estar vivo.