Aunque hay miles de mujeres en esa situación, el caso tal vez más resonante sea el de Marita Verón, la joven secuestrada en 2002 por una red de prostitución a la que su madre continua buscando.
Según la Organización Internacional para las Migraciones, este tipo de esclavitud femenina se disputa el segundo lugar con el tráfico de armas como el negocio ilegal que más dinero mueve después del narcotráfico, generando ganancias anuales por 16.000 millones de dólares en América Latina.
En nuestro país, la trata de personas, especialmente mujeres jóvenes, es preocupante, peligrosa y requiere de ayuda concreta y contención. “Hay chicas que pudieron escapar de las redes de trata y las tenemos en nuestros hogares que mantienen anonimato para que no puedan ser reconocidos”, explica la hermana adoratriz Andrea Gilardini.
En una primera etapa, las menores que llegan derivadas de la Defensoría del Menor o de la Dirección de Minoridad, son recibidas en una casa de “emergencia” o“acogida”, donde se las resguarda hasta que pueden pasar a un hogar convivencial. “Generalmente no vuelven con sus familias –explica la hermana Andrea- porque como no son chicas denunciadas ni buscadas, se supone que quien las entregó es un familiar. Este tipo de casos son difíciles porque tienen que recuperar su estima, valorarse, sacar tanta bronca, resentimiento y frustración. En este proceso tienen retrocesos y hay que apoyarlas mucho”, agrega. Con las mujeres adultas, el contacto comienza en la calle. Las monjas, voluntarios y laicos comprometidos recorren prostíbulos, zonas rojas, paradas, algunas rutas y aquellos lugares donde están más expuestas, “porque también hay un círculo más clandestino al que no tenemos acceso”, señala la hermana.
Se las invita a los talleres que funcionan por la tarde donde aprenden costura, cocina, tejido y peluquería, con la idea de proporcionarles una capacitación laboral que les permita salir de la calle. “A veces -como explica la hermana Andrea- se acercan buscando medicamentos, ropa, comida o ayudaen temas legales, por lo que trabajamos con un equipo interdisciplinario formado por psicólogas, abogados y asistentes sociales, que
abordan la situación personal de modo integral”.
Aunque, como señala la hermana, el problema de la prostitución es sólo una parte del conflicto. “Detrás de cada mujer hay una historia familiar de abandono, maltrato, abuso, pobreza y violaciones”, dice.
No es extraño que estas monjas dediquen su vida a restaurar la dignidad de quienes voluntaria o involuntariamente fueron sometidas. El primer caso ocurrió hace 200 años e inspiró a Santa Micaela a fundar la congregación. Hoy, sus programas en el país abarcan también otras problemáticas, tales como menores en riesgo, adolescentes, menores madres, chicas de la calle y todo lo que hace a mujeres y niños víctimas de la explotación o en situación de marginación.