Por: María Montero
El 30 de octubre de 2013, la pequeña Camila Brusotti, de 8 años, vivía su momento más doloroso aunque, misteriosamente, también se convertiría en el más trascendente para su vida y la de muchos argentinos. Su caso fue la causa de que en los próximos días el Cura Brochero sea proclamado santo.
Esa tarde, la niña llegó casi muerta al hospital en brazos de su mamá, quien aseguraba que se había caído de un caballo. Tenía hematomas en todo el cuerpo y le faltaba el parietal derecho. No hablaba, no se movía, sólo respiraba. Luego se supo que fue una tremenda golpiza del padrastro y de la madre la que causó su estado crítico. En San Juan, de donde es oriunda Camila, comenzaron las cadenas de oración. “Nosotros no lo conocíamos, pero Brochero vino a nuestro encuentro en una semana crítica –recuerda Marina, su abuela materna–: nos habían dado muy pocas esperanzas de vida para mi nieta, el pronóstico era de muerte o que quedara en un estado vegetativo”. Una amiga escuchó que lo habían beatificado por un caso parecido y les acercó un libro sobre su vida, una imagen y una novena para rezarle. Se empezaba a gestar lo que la Iglesia aprobó como el segundo milagro de Brochero.
Los abuelos, la nuera y la hija menor de Marina se aferraron al cura gaucho. Llevaban una estampita cuando al tiempo, y “por razones desconocidas” –así anunciaron los médicos–, la pequeña se salvó. Tras dos meses de internación volvió a caminar, aunque tenía pérdida de memoria a largo plazo y todavía le faltaba una cirugía repara- dora para que le colocaran una placa reabsorbible en la cabeza.
Contra todo pronóstico, hoy Camila tiene una vida normal, vive con su papá biológico, va a la escuela y el próximo viernes viajará a Roma para participar de la canonización de quien, afirma, hizo un milagro por ella.
Marina asegura que hay muchos signos del acompañamiento de Brochero en la vida de su nieta. Por ejemplo, cuando el 16 de marzo decidieron enviar un correo contando el caso a la dirección de mail que figuraba en la estampita, pensando que quizás alguna vez le responderían, no sabían que ese día era el cumpleaños del beato. Para su sorpresa, la respuesta llegó al día siguiente. Otro momento fue cuando la pequeña tuvo que regresar a la escuela. “No todos estaban dispuestos a recibirla -cuenta Marina-. No le habían hecho la cirugía, necesitaba una docente de apoyo por su poca movilidad y la pérdida de memoria. La única escuela que la aceptó fue Tránsito de Nuestra Señora y también vimos coincidencia porque a la Villa Cura Brochero se la conoce como Villa del Tránsito y la congregación se ocupa de misionar, como él”.
Sus abuelos confían en que Camila revierta las pocas secuelas que le quedan (renguea de la pierna izquierda y tiene escasa movilidad en un brazo) y difunden la imagen del Cura, haciéndola peregrinar por las casas.
Ayer, Marina y su esposo Raúl viajaron a Roma, gracias a que el obispado de Cruz del Eje les regaló los pasajes para acompañar a Camila en la ceremonia de canonización. Antes de partir, la abuela re- veló: “Ya me late el corazón pensando en la emoción de ese momento”.