Padre Luis H. Rivas
Profesor de Sagradas Escrituras
Los creyentes judíos, católicos, ortodoxos y protestantes leen la Biblia como palabra de Dios. Pero para muchos su lectura resulta decepcionante, porque esperan encontrar en ella un manual de ciencias religiosas, o la respuesta inmediata a los problemas de cada día.
La Biblia no es un manual de teología ni un recetario de respuestas a problemas cotidianos. La Biblia comprende 73 libros, pero todos ellos constituyen un solo libro en el que los autores, inspirados por Dios, con- signaron sus vivencias de Dios Salvador. Mostraron cómo Dios se les fue revelando por medio de su actuación en la historia del pueblo y en la vida personal de cada uno de ellos. En sus memorias familiares, en los relatos históricos, en los códigos de leyes, novelas y cantos, expresaron sus experiencias religiosas y mostraron las formas en que descubrieron y conocieron al verdadero Dios.
La Iglesia entrega estos libros a los creyentes para que entren en contacto con estos autores, “se contagien” y tengan las mismas vivencias de Dios.
La persona que ora con los Salmos se impregna de los sentimientos que tenían sus autores. Los que leen los relatos aprenden a descubrir a Dios en la historia del mundo y en su historia personal. Los Profetas muestran el plan de Dios, para que cada uno cuestione la actuación de la sociedad y la suya propia, ponga su esperanza en la salvación a la que Dios conduce a la humanidad y se comprometa a trabajar por la renovación del mundo. Finalmente el mismo Jesús es la Palabra que revela al Dios Salvador, para que todo aquel que se adhiera a él por la fe conozca al verdadero Dios y alcance la vida eterna.
El Antiguo Testamento es el testimonio de la forma en que el pueblo judío, antes del nacimiento de Jesús, experimentó la presencia y el actuar de Dios en su historia. El Nuevo Testamento muestra cómo el mismo Dios se hizo presente en la humanidad de Jesucristo, la suprema y última revelación. En Jesucristo Dios mostró la dimensión de su amor: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).
La Iglesia enseña a leer correctamente los textos bíblicos: un texto, separado de la totalidad del libro, no se puede tomar como definitivo y como Palabra de Dios dirigida al lector en ese mismo momento.
Cada autor escribió con las limitaciones de su propia visión, de su cultura y de la ciencia de su tiempo. Por eso se debe tener en cuenta la unidad y progresión en la Sagrada Escritura; es necesario atender a la forma en que cada idea se fue desarrollando y llegó a su última expresión que es Jesucristo. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento hay leyes y mandamientos aparentemente definitivos, pero en el Nuevo, Jesús dice: «Antes se dijo... pero yo ahora les digo...» (Mt 5,21; etc.).
La Iglesia también enseña que se debe atender a los llamados “géneros literarios”. Es decir, a qué clase de literatura pertenece el texto que se lee, para no tomar como dato histórico lo que pertenece a una novela; para no dar a las expresiones de poesía el sentido que tendrían si estuvieran escritas en un libro científico.
Algunos dijeron que la Biblia falseaba la realidad porque tomaban como dato científico lo que la Escritura dice poéticamente (los días de la creación; el sol detenido en medio del cielo...). Otros señalaban errores históricos en libros que en realidad eran “novelas” escritas con el fin de mostrar ejemplos útiles para la vida de los creyentes. San Agustín dijo que la Biblia no es un manual de ciencias naturales: «El Espíritu de Dios... no quiso instruir a los hombres en ese género de cosas que no tienen utilidad para la salvación». «No se lee en el Evangelio que el Señor haya dicho: Les envío el Paráclito para que les enseñe el curso del sol y de la luna. El Señor quería hacer cristianos y no astrónomos».
Lo central y fundamental del cristianismo es el encuentro personal con Dios revelado en Jesucristo y no la lectura de la Escritura. Por eso el cristianismo no es una “religión del libro”. La lectura de la Biblia no es un término, sino un medio por el que se puede encontrar a Dios que sale al encuentro de su criatura.