Por: María Montero
A través de los siglos, todas las advocaciones marianas produjeron el fenómeno de una fuerte conversión popular que atrajo a millones de personas a amar a la Madre de Jesús y, por medio de ella, a Dios. A fuerza de milagros, la Virgen fue haciéndose un lugar entre el pueblo y en el mes de mayo de 1630 eligió la ciudad de Luján para quedarse en el país, latiendo al compás del corazón de una incipiente Argentina, como Guadalupe lo había hecho 100 años antes con México.
Este año, como ocurre desde 1737, miles de fieles participaron, el último domingo de abril, del cambio de su manto. Una tradición que se sostiene con el fervor y la creencia de que su vestimenta concede gracias a quienes la tocan.
El nuevo vestido lleva bordado el logotipo del Año de la Misericordia junto al Escudo nacional, en conmemoración del Bicentenario de la Independencia. Mientras que el del año anterior es entregado a las cortadoras para preparar las estampas que se reparten cada 8 de mayo, fiesta de la Virgen de Luján.
Pero a pesar de la enorme popularidad de esta advocación, poco se conoce sobre el milagro ocurrido allí y la participación del Negro Manuel, un esclavo que dedicó su vida a venerarla.
En los tiempos del Virreinato, Antonio Farías Saa, un hacendado portugués que vivía en Sumampa (actual provincia de Santiago del Estero), encargó a su amigo Andrea Juan, capitán de navío dedicado al contrabando (quien había comprado a Manuel), que trajera de Brasil una imagen de la Inmaculada Concepción de María para presidir la capilla que había construido en su hacienda.
El marino decidió llevarle no una sino dos imágenes de la Virgen, que transportó por separado en cajones de madera, para soportar el viaje en carreta que recorrería desde el puerto de Buenos Aires hasta la estancia.
La primera noche, los troperos descansaron en el campo de don Tomás Rosendo Orana, junto al río Luján. Pero a la mañana siguiente, los bueyes no pudieron mover la carreta. El Negro Manuel sugirió retirar una imagen de la carreta y aun así no se movió. Volvieron a subirla, bajaron la otra y la carreta marchó normalmente.
Ante la sorpresa, todos comprendieron que estaba ocurriendo algo milagroso. La Virgen había decidido quedarse allí. Así, la llevaron a la casa de Rosendo, donde se levantó una ermita, quedando a cargo del esclavo negro, quien la siguió hasta su primer templo en la ciudad y cuidó esa pequeña imagen de terracota hasta su muerte.
En 1871, el padre Jorge María Salvaire, quien realizaba su labor pastoral en la primera iglesia de Luján, fue herido por los indios mientras evangelizaba en La Pampa. A punto de morir pronuncia un voto mariano por el que se compromete a escribir la historia de la Virgen para promover su devoción y edificar un nuevo santuario. Milagrosamente se salva y cumple su voto. Se inicia así la construcción de la actual Basílica de la Virgen de Luján, reconocida como patrona de la Argentina, Paraguay y Uruguay, y a la que llegan, cada año, más de 3 millones de peregrinos.
BEATIFICACIÓN
El custodio y el promotor
La causa de beatificación del esclavo conocido como el Negro Manuel (custodio de la imagen) y del sacerdote vicentino Jorge María Salvaire (promotor de la devoción) se inició el domingo pasado, fiesta de la patrona de la argentina. Lo anunciaron Agustín Radrizzani, Arzobispo de Mercedes-Luján, en el santuario mariano, y el cardenal Mario Poli en la catedral de Buenos aires.