Por: P. Guillermo Marcó
La Biblia no es un solo libro, no comienza en el capítulo 1 del Génesis y termina al final del Apocalipsis. Es un conjunto de libros diferentes. El Génesis, además, es la recopilación de muchas tradiciones orales puestas por escrito en el siglo VI AC. Hay dos relatos de la Creación: el más antiguo es el de la tradición oral llamada Yhavista, según el cual el hombre es creado del barro y el Señor le insufla “un aliento de vida” que lo transforma en un ser viviente. Y, viendo que no era bueno que el hombre estuviera solo, lo hace caer en un profundo sueño, toma una costilla de su costado y forma a la mujer. En el segundo relato -de tradición sacerdotal- Dios realiza la creación por la Palabra y al final crea al varón y a la mujer.
En el capítulo 10 del Evangelio de San Marcos le preguntan a Jesús por el divorcio: ¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer? Jesús alude al Génesis en la respuesta: Desde el principio de la creación “Dios los hizo varón y mujer. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. De estos textos se infiere que el proyecto para el varón y la mujer es la heterosexualidad vivida en la familia. En esa línea orienta una familia cristiana a sus hijos, respetando que a partir de un discernimiento en la madurez pueda tener otras opciones. Pero actualmente se quiere incluir de modo obligatorio en la educación la ley 26.743, de identidad de género, desde el jardín de infantes.
Hace poco los obispos argentinos emitieron un documento titulado “Sí a la Educación sexual”, donde dicen: “La educación sexual está hoy sobre la mesa del diálogo político, social, cultural y educativo en el país. Tomamos conciencia de que hay que comenzar por la educación sexual que integre todas las dimensiones de la persona. Hay consenso de que no debe limitarse a ‘saber qué hay que hacer para que una joven no quede embarazada’, o a conocer el cuerpo de va- rones y mujeres como quien conoce el funcionamiento de un dispositivo, sino que debe ser integral, vale decir, de toda la persona: su espiritualidad, sus valores, sus emociones, sus pensamientos, su contexto social, económico, familiar y, obviamente, su cuerpo y su salud. Una educación para el amor que incluya la sexualidad, pero que no se circunscriba solo a ella.”
Y agregan: “Una educación así es, además, un camino excelente para prevenir el aborto, la iniciación sexual precoz, las enfermedades de transmisión sexual, la violencia y el abuso sexual. Debemos dar nuevos pasos para fortalecer la educación sexual en el ámbito intrafamiliar y escolar. La educación sexual integral de- be respetar la libertad religiosa de las instituciones, y la libertad de conciencia, derecho sagrado e inalienable que debe ser siempre custodiado”. La educación sexual, como toda verdadera educación, debe formar los corazones y las conciencias de nuestros niños, niñas y jóvenes en orden a un crecimiento humano y cristiano pleno y armónico; por eso, reclamamos el derecho a educarlos de acuerdo a nuestras convicciones éticas y religiosas, confiando que un diálogo verdadero y democrático nos llevará a incrementar el encuentro y la amistad social. Quiera Dios que los cambios proyectados -así como se respeta la cosmovisión de los pueblos originarios- no avasallen el derecho de las familias católicas y evangélicas a enseñar a sus hijos su visión sobre el amor y la sexualidad humana.