- Por Tzvi bar Itzjak (Especial para Clarín) -
Prácticamente todas las religiones aceptan la idea de la “conversión”, es decir que alguien que tuvo una práctica espiritual -o es descendiente de una familia que abraza otra tradición- pueda adherir y participar plenamente de otra comunidad de fe. Sin nombrar todas, esto se da en el cristianismo y en el Islam. El judaísmo no es ajeno a esta práctica. Y si bien a lo largo de la historia no tuvo una acción proselitista (salvo en algunos períodos como la época helenística), se consideró siempre la aceptación íntegra de un miembro de otro culto al colectivo israelita. En este sentido vale la pena hacer un breve recorrido a través de las fuentes escritas.
En la Biblia. En el idioma hebreo no existe la palabra “converso”. El término bíblico que se utiliza para aproximarse a un concepto análogo es el de “Guer”. Este vocablo significa “el que convive contigo”: o sea que el “guer” es aquella persona que proviene de otra cultura y que en la relación del trato cotidiano participa de todo el marco de relaciones y convivencia. Así lo sostiene el Levítico 19: 33-34 “Cuando un guer habite con vosotros en vuestra tierra, no lo oprimiréis. Como a uno de ustedes lo tratarás, y lo amarás como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto”. La palabra “guer”, lejos de hacernos imaginar la existencia de un “acto” o un “ritual” para alguien que pasa a integrarse a una comunidad, nos brinda la idea de procesos de coexistencia a través del cual el supuestamente “otro” pasa a ser parte de un “nosotros”, se integra sin diferenciarse. Esto destaca una idea de composición de lo judío exclusivamente en su carácter de valor cultural sin vinculación, por ejemplo, al orden de lo genético (es aberrante y absolutamente contrario a lo judío sostener que hay una constitución genética judía).
Ruth. Según la Biblia, la historia de Ruth comienza cuando una mujer israelita, llamada Naomi, y su esposo, Elimelej, abandonan su ciudad natal de Belén, estableciéndose en Moab. Elimelej muere y los hijos de Naomi se casan con las mujeres moabitas Orfa y Ruth. Los hijos también fallecen y Naomi, entonces, decide que es hora de regresar a su tierra natal. Cuando Naomi cuenta a sus nueras sobre sus planes, Ruth insiste en quedarse con ella: “Donde tú vayas, iré, tu pueblo será mi pueblo y tu Dios mi Dios”. La historia concluye relatando que el rey David es su bisnieto, indicando simbólicamente que hasta el más renombrado puede descender de un “guer”.
En el Talmud. Los rabinos o maestros del Talmud son quienes posteriormente al período de la canonización bíblica crean un acto litúrgico, que va acompañado de un breve examen, que consiste en una conversación que mantiene el interesado con un conjunto de tres rabinos, quienes aprueban la incorporación del que expresa su deseo de integrarse. A partir de ese momento se lo reconoce como judío en todos los aspectos, es decir, pasa a ser miembro pleno de un destino común, producto de una mancomunada herencia espiritual.