Por: P. Guillermo Marcó
Estamos a las puertas de la Semana Santa. Puede que muchos se hayan preparado durante el tiempo de cuaresma para vivirla. A otros quizá se les pasó hacerlo. Para muchos, la Semana Santa es solo un feriado largo más. Eso sí: a todos, creyentes y no creyentes, se nos va la vida. Vamos cumpliendo años, los días se suceden uno tras otro y así, sin que nos demos cuenta, esta sucesión de horas y de días nos acerca a nuestra propia pascua.Aquel día -que llegará inexorablemente más tarde o más tempranomarcará la hora definitiva ... ¿Llegará también sin que lo advirtamos?
Una mañana, una tarde o una noche cualquiera nos saldrá al paso nuestro propio calvario. Todas aquellas cosas importantes por las que corrimos día tras día,las reuniones impostergables, las tareas ineludibles, quedarán inconclusas para que las retome otro o, simplemente, se olviden en el tiempo porque, en realidad, no eran tan importantes, ni tan urgentes. Desde que el mundo es mundo nos venimos reemplazando, generación tras generación. La pascua de cada año nos recuerda esta evidencia: ni siquiera el Hijo de Dios pudo sustraerse a las reglas que él mismo en la persona de su Padre impuso desde que creó el mundo. Murió también como todos.
Feriados largos hay muchos. Pero este en particular debería servirnos para detenernos por un momento y ref lexionar, rezar yvolver a encontrarnos con aquel que es nuestro origen y destino. Si somos capaces en estos días depensar un poco poniendo nuestra mirada más allá de las contingencias
cotidianas, vamos a encontrar algo de paz. En los ríos de montaña, después de la lluvia, el agua se pone turbia y no se puede ver el lecho. Sólo cuando éstas se serenan, se puede ver. A nosotros nos pasa lo mismo: vamos por la vida a los tumbos, no vemos más allá por estar demasiado revueltos nosotros mismos en nuestras propios vicisitudes.
La cuaresma es un tiempo paramirarnos a nosotros mismos. La Semana Santa, para mirarlo a Jesús. Pero las respuestas a nuestros interrogantes más profundos la vamos a encontrar en El. Porque uno puede mirarse años a sí mismo en terapia y no encontrar soluciones. Es que la vida tiene sentido si existe la trascendencia; sino somos simplemente un conjunto de células que tiene como fin último servir de nutriente a la tierra.
Jesús no le teme a la muerte. Se encamina a ella sabiendo que es su destino inexorable. Ella ganará la primera batalla, pero solo podrá vencerle por un rato. Mirar la Pascua de Jesús es admirarse de la más formidable de las batallas, donde “la muerte y la vida se enfrentaron en un duelo admirable”.
Jesús se dejó ganar la partida y, en apariencia, todo terminó. No más milagros, ni parábolas, ni enseñanzas. “Todo se cumplió y dando un fuerte grito, expiró”, dicen los evangelios. Llega su muerte trágica tras una condena por blasfemo, el desprecio de muchos, el abandono de sus amigos. Así, en la más densa oscuridad, desciende al lugar de los muertos como uno más. Y es desde allí, desde el fondo del abismo, donde resucita triunfante. Su resurrección es nuestra esperanza: “Me voy a prepararles un lugar, de modo que donde yo esté estén también ustedes”. Algún día la muerte llegará para mí también. Saber que vendrá no me causa angustia. Eso sí: espero que no me encuentre distraído en tantas cosas y, sabiendo que es un paso, me encamine con esperanza a la otra orilla, donde mi Salvador espera