Por: P. Guillermo Marcó
Como cada año desde que nos conocemos, el 29 de enero pasado recibí el saludo de Jorge Bergoglio -hoy el Papa Francisco-por mi cumpleaños. Él acababa de regresar de su visita a Chile y Perú y me adelantó que iba a enviar al país trasandino a una persona de su entera confianza para averiguar y escuchar en profundidad qué es lo que estaba pasando con el obispo de Osorno, Juan Barros -acusado de encubrir casos de abusos cometidos por el padre Fernando Karadima- porque sentía que le habían ocultado información.
Luego se sabría que era el arzobispo Charles Scicluna -experimentado en investigar abusos-, secundado por el padre Jordi Bertomeu, de la congregación para la Doctrina de la Fe. A su vuelta, les agradeció por su “escucha serena y empática de los 64 testimonios que recogieron” en Santiago (más otro en una escala previa en Nueva York). Luego de leer los más de 2.300 folios del informe que le prepararon, Francisco dijo que podía afirmar que “todos los testimonios recogidos hablan en modo descarnado, sin aditivos ni edulcorantes, de muchas vidas crucificadas, y les confieso que ello me causa dolor y vergüenza”.
En una carta a los obispos chilenos les pidió establecer medidas que ayuden a “restablecer la comunión eclesial en Chile, con el objetivo de reparar en lo posible el escándalo y restablecer la justicia”. Y en cuando a él escribió: “En lo que me toca, reconozco y así quiero que lo transmitan fielmente, que incurrí en graves equivocaciones de valoración y percepción de la situación, especialmente por falta de información veraz y equilibrada. Ya desde ahora pido perdón a todos aquellos a los que ofendí y espero poder hacerlo personalmente, en las próximas semanas, en las reuniones que tendré con representantes de las personas entrevistadas”, expresó.
Me sigue impresionando su grandeza para reconocer el error. Tras las reuniones que tuvieron con Francisco en el Vaticano por invitación de es- te, las víctimas de abuso por parte de Karadima afirmaron: ”Pudimos conversar de manera respetuosa y franca con el Papa. Abordamos temas difíciles como el abuso sexual, el abuso de poder y sobre todo el encubrimiento de los obispos chilenos. Realidades a las que no nos referimos como pecados, sino como crímenes y corrupción y que no se agotan en Chile, sino que son una epidemia”,
“Una epidemia -agregaron- que ha destruido miles de vidas de niños, niñas y jóvenes. Personas que confiaron y que fueron traicionados en su fe y en su confianza. Hablamos desde la experiencia. Una a la que otros no han logrado sobrevivir”, Cruz, Hamilton y Murillo -las tres víctimas invitadas- le expusieron “la gravedad del encubrimiento del abuso porque lo sostiene, lo replica, lo hace impune y favorece la creación de redes de abuso dentro y fuera de la Iglesia”.
En definitiva, el Papa fue capaz de volver sobre sus pasos y pedir perdón en un tema siniestro ante el que se muestra decidido a avanzar para impedir que esto vuelva a pasar en el futuro. A los argentinos, que tanto lo criticamos (en particular ciertos políticos y medios de comunicación), su ejemplo nos debería iluminar frente a otras discusiones. ¿No nos vendría bien mirar su testimonio, escuchar un poco más, reconocer errores y avanzar por el bien de la patria y de su gente, dejando de lado las miserias y chicanas en nuestros debates? Tal vez así dejaríamos de estar siempre al borde del abismo.