Raúl Arturo Vera no tuvo una vida fácil. Oriundo de Deán Funes, en Córdoba, perdió a su padre a los 14 años y su madre debió abrirse paso en la vida con seis de sus ocho hijos porque dos ya no compartían el hogar. Mujer de una gran fe y una enorme fortaleza, trabajó como costurera, bordadora y tejedora y hasta vendió empanadas para sostener al grupo familiar. Pero el aporte de Raúl Arturo fue fundamental: a los 16 años consiguió un empleo en el correo como aprendiz postal y sus ingresos pasaron a ser la principal fuente de recursos. “Luchamos con mamá, con mis hermanos y con la ayuda de Dios salimos adelante”, evoca Raúl Arturo.
En su juventud, conoció a una catequista, Graciela, con la que se casó y tuvieron dos hijos varones, Raúl Emilio Y Daniel. Pero Graciela fue siempre una mujer de salud muy precaria que, ya a poco de casarse, estuvo al borde de la muerte. Con el paso de los años, una artritis, que le fue descomponiendo todo su organismo, avanzó impiadosa. Aún así, siempre trabajó codo a codo con su marido en las tareas religiosas, visitando comunidades y capillas del interior cordobés que sufrían la falta de sacerdotes. Pero el año pasado su vida se fue apagando en cuestión de semanas. No se resignó, sino que se entregó al encuentro con Jesús”, interpretó su hijo sacerdote. Unas horas antes de morir, le dijo a su esposo: “preparate, yo ya estoy prepatada, me voy al Cielo”. Raúl Arturo no tiene dudas de que “fue derechito al Cielo por el modo en que vivió su vida y la forma en que asumió su terrible sufrimiento, sacordándose de los que, como decía, sufrían más que ella”.