Lunes 21.04.2025

La familia desde una mirada autocrítica

Por: Daniel Goldman

Génesis. El primer libro sagrado invita a revisar nuestros vínculos sin ensalzar las virtudes ni ocultar los defectos.
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El vocablo Torá es sinónimo de judaísmo, pero en su sentido más específico, cuando hacemos referencia a esta palabra, hablamos de los cinco primeros libros de la Biblia, o sea del Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.

En la sinagoga el texto es leído en fragmentos semanales, completando el estudio del mismo en el término de un año. Dentro de ese ciclo, la festividad de Simjat Torá (alegría de la Torá) que celebramos hace unos días, nos invita a comenzar nuevamente con la lectura del primer libro. Según algunos intérpretes clásicos, el Bereshit (en hebreo) o Génesis tiene como objeto la enseñanza de la constitución familiar. Esta es una construcción inherente a la naturaleza del hombre: pertenecemos a un entorno particular (la familia nuclear) y paralelamente conformamos la familia humana. Pero, ¿cuál es la descripción que hace sobre ella el texto de Génesis? Que estamos lejos de ser la familia idílica.

El libro narra con crudeza las rivalidades fraternas, con severidad las relaciones entre padres e hijos, y sin tapujos los conflictos matrimoniales. Pero vale la pena señalar que mientras la mayoría de las culturas antiguas en sus textos fundantes presentan a sus primeros personajes como grandes héroes, la Biblia describe a los seres humanos en su verdadera dimensión, señalándonos esencialmente que nuestra saga tiene por objeto no ensalzar las virtudes ni ocultar los defectos.

Algunos maestros de la tradición indican que el Génesis ha sido escrito para incomodarnos, ya que como humanidad nos debemos la respuesta afirmativa a la retórica pregunta de Caín: “¿Soy el guardián de mi hermano?”. La trama del relato se desarrolla en un escenario que nos muestra que todos tenemos un parentesco, y que rehuir de ello implica negar nuestra propia identidad. Los vínculos humanos son parte esencial de nuestra condición, y no profundizar- los o querer evitarlos significa abandonar la esencia como hombres.
Pero, además, el texto se completa con la presencia de Dios en el lugar protagónico. No es sencillamente la historia de una familia, sino el relato de cómo ese colectivo profesa su relación con el Creador.

El Señor, metáfora de lo sublime, revela que no podemos hallar lo magnificente de la existencia si no hurgamos en nuestra historia, que debe ser relatada con franqueza y sin ador- nos. No somos los creadores de nuestro propio pasado, sino que es el pasado el que nos crea a nosotros. Por eso es Génesis. Y por eso es materia prima de la vida, que en su relectura e interpretación nos ofrece refinar y mejorar el alma a través de nuestras acciones cotidianas.