Por: P. Guillermo Marcó
En el encuentro con las chicas y muchachos argentinos en la moderna catedral de Río de Janeiro, Francisco les pidió no sólo “armar lío en las diócesis”, sino “salir afuera” y no quedarse a “balconear la vida”. Testimoniar su fe en medio de la sociedad. Los más de 40 mil argentinos que, según informaron los medios de comunicación, viajaron a Brasil para participar de la Jornada Mundial de la Juventud que presidió el Papa fueron una buena demostración de la sintonía con el deseo del pontífice. Muchos de ellos debieron agudizar el ingenio para costearse el viaje y hacer el esfuerzo de recorrer enormes distancias por tierra.
Mientras los que nos quedamos en la Argentina vivimos la jornada por los medios de comunicación, que se centraron en la figura del Papa, los jóvenes vivieron en Río de Janeiro otras muchas cosas que no lo tuvieron a Francisco como protagonista y que no se reflejaron prácticamente en la prensa. Cuando les pregunté a algunos argentinos que fueron qué fue lo que más les gustó o impactó, para mi sorpresa me hablaron no sólo del Papa, sino de otras cosas. En primer lugar, de la hospitalidad y la alegría de los cariocas porque, si bien la organización de las jornadas fue en algunos aspectos un tanto caótica y la lluvia no ayudó, todo se vivió con alegría. Por caso, me decían que los colectiveros esperaban con paciencia que los que componían las larguísimas colas subieran. Los que fueron recibidos en casas de familia destacaban la generosidad y la disposición de sus anfitriones, que en muchos casos y sin conocerlos hasta les dieron las llaves de sus viviendas.
Los jóvenes fueron a estas jornadas a oír hablar de Dios y a ser Iglesia de Cristo en movimiento. Cada mañana tenía lugar en las cercanías de los lugares en donde estaban alojados diversas catequesis, dadas por obispos de distintas latitudes. Además, las chicas y muchachos valoraron enormemente encontrarse y compartir la fe con jóvenes de los cinco continentes: Es emocionante cantar las mismas canciones de Iglesia y escucharlas en diferentes idiomas; tenés la misma fe y, sin embargo, diferente color o idioma”, me comentaban. Es que este tipo de encuentros son experiencias de la universalidad de la Iglesia y del trabajo silencioso de miles de dirigentes laicos, sacerdotes y monjas que evangelizan a los jóvenes.
La otra experiencia que se trajeron fue la Vigilia del sábado por la noche. Si bien tuvo shows, cantos, testimonios movilizadores y la palabra del Papa, el momento que más destacaron fue la media hora de oración en silencio, frente al Santísimo Sacramento, que se hizo en la playa. Mientras las docenas de pantallas espaciadas por la playa reproducían la imagen de Jesús en la eucaristía, la multitud -tres millones de personas- guardó un silencio ref lexivo y de adoración. Los jóvenes saben que las exhortaciones de Francisco los ayudan, pero tienen claro que la fuerza para cambiar el mundo y salir afuera vienen de Jesús. Aquí en nuestro país, en medio de la tragedia de Rosario a raíz de la explosión por un escape de gas que produjo el derrumbe de un edificio y más de una veintena de muertos y desaparecidos, chicas y muchachos de entre 17 y 22 años, apostados en carpas ubicadas en cercanías asistieron con bebidas, comida caliente y sandwiches donados por los vecinos a los esforzados rescatistas. Entre ellos, se contaron jóvenes de Cáritas , Boy Scouts y miembros del Ejército de Salvación de Rosario y de localidades cercanas. Los voluntarios se fueron rotando en su colaboración que llegó a las seis horas diarias. Las chicas y muchachos de la Pastoral Universitaria de Rosario, termo y mate en la mano, contuvieron a quienes quisieron acercarse dándoles una palabra de aliento o simplemente escuchándolos.
Fue una buena manera de poner en práctica lo que aprendieron de Jesús en las inolvidables jornadas que vivieron en Río de Janeiro. Porque el Señor quiere ser auxiliado en el que sufre.