Por: P. Guillermo Marcó
La santidad parece lejana a los argentinos. De hecho, salvo San Héctor, los santos son extranjeros y, en general, vivieron hace mucho tiempo. Pero en los últimos años comenzaron a ser proclamados beatos -el peldaño anterior a la santidad- connacionales. Seis en total. A ellos se sumará este fin de semana una futura santa que nació al lado de la capital, en la localidad de San Martín, el 17 de agosto de 1897, y que fue bautizada como María Angélica. Quinta hija de inmigrantes españoles, la enfermedad de su madre determinó que la familia se trasladara en1905 a Pergamino en busca de un mejor clima que facilitara su recuperación. En esas circunstancias, María Angélica como sus hermanos aprendieron oraciones que elevaban frecuentemente pidiendo por la sanación de su madre.
En 1907, junto con una de sus hermanas, María Angélica ingresó como interna al “Hogar de Jesús”, una institución educativa de Pergamino que estaba a cargo de las Hermanas del Huerto. Allí se acentuó su búsqueda de Dios hasta que recibió el llamado a ser religiosa de esa congregación. Para cumplir con su vocación se trasladó a la ciudad de Buenos Aires, ala Casa de las Hermanas del Huerto, en el barrio de Villa Devoto. Era el 31 de diciembre de 1915. En 1916 hizo sus primeros votos y eligió el nombre de María Crescencia. En 1924 se despidió de Buenos Aires, al ser trasladada a Mar del Plata, al Hospital Marítimo, donde la esperaba una nueva misión. Fue, precisamente, a partir de esa tarea que sobresalió por su compromiso, su sentido del deber y el amor al prójimo. El Marítimo era un hospital en el que se trataban a cientos de niños afectados de tuberculosis ósea. Ella era la encargada de asistir a las nenas en todo lo que se requiriese. Además, lesenseñaba a rezar, les daba clases de catequesis y las preparaba para recibir su primera comunión. Según el registro de la época, las niñas le tenían un enorme cariño a la hermana Crescencia.
En los tres años que pasó allí, la hermana Crescencia no sólo se entregó sin límite al cuidado de las niñas, sino que asumió el sufrimiento de cada pequeño. Sufrió con ellos. Se involucró tanto que durante su permanencia en el hospital también ella contrajo la tuberculosis. Trasladada a Chile como un modo de preservarla, ella sin embargo optó por volver a cuidar enfermos en su nuevo destino. Testimonios de la época destacan la dulzura, el respeto, la sonrisa y la humildad con la que atendía los requerimientos de cada uno de los pacientes de Vallenar. La cantidad de tareas realizadas y el poco reposo provocaron que en 1930 contrajera bronconeumonía, agravando así su estado de salud. Murió en Chile a los 34 años en 1932. Ese mismo día se esparció en el lugar un intenso aroma a violetas que perfumaba todos los ambientes. En 1983 sus restos fueron trasladados a Pergamino.
Cuando abrieron el féretro su cuerpo estaba incorrupto. Por sus virtudes y su vida de unión con Dios, se abrió en 1986 el proceso oficial para su beatificación. El caso de Sara Pane, de 23 años, que estaba primera en la lista de urgencias para un trasplante de hígado por una hepatitis fulminante y de la que se curó sin explicación médica después de rezarle a la hermana Crescencia fue acreditado en 2010 como una cura milagrosa por la junta médica del Vaticano. Enviado por Benedicto XVI, el cardenal Ángelo Amato presidirá la ceremonia de beatificación en Pergamino este sábado, previéndose una multitud. Así, desde este fin de semana contaremos con otro modelo, este muy cercano, para inspirar nuestras vidas.