Por: María Montero
Como cada 7 de agosto, miles de personas movidas por la fe en San Cayetano formaron el lunes pasado largas filas que colapsaron las calles del barrio de Liniers. Gente de diversas edades y estratos sociales llevaron, ante el santo del pan y el trabajo, el peso de sus necesidades espirituales y materiales, y las intenciones de sus familias. Y otra vez las horas de espera para ingresar al santuario se aliviaron por los cientos de servidores que ofrecieron bebidas calientes, comida y agua a los peregrinos. Pero, sobre todo, un oído atento a escucharlos.
Entre otros -como se viene haciendo desde hace casi 20 años-, chicos de escuelas secundarias pertenecientes a la Vicaría de Educación del arzobispado porteño se acercaron para ser parte de este servicio. Unos días antes, a modo de preparación, se reunieron a reflexionar sobre la vocación del misionero. “El objetivo fue marcar algunas pautas de la misión en la ciudad –cuenta Patricia Pastorino, coordinadora del equipo pedagógico y pastoral de la Vicaría-, porque las escuelas suelen hacer misiones en el norte o sur del país y queremos enseñarles que no es necesario viajar muchos kilómetros, sino que podemos ser misioneros en el día a día”.
En sintonía con el sínodo propuesto por la Iglesia en Buenos Aires para este año, cuyo eje es salir al encuentro del otro, escucharse y conocerse, el lema que planteó la Vicaría para este servicio fue: “San Cayetano, modelo de escucha paciente, queremos caminar hacia vos y hacia cada uno de nuestros hermanos para compartir el pan y el trabajo.”
“La idea es que los chicos puedan rescatar que cuando escuchan al otro, no lo hacen sólo para hacerle bien –apunta Pastorino-, sino que es una riqueza para ellos también”.
Justamente esto es lo que vuelve a sorprender a Agustina, del Instituto Hijas de Jesús, de Belgrano, quien ya participó otros años: “Hasta que no lo vivís no entendés que personas desconocidas se abran a contarte experiencias muy fuertes e íntimas de sus vidas y que sólo escuchando con el corazón estás, de alguna manera, ayudándolos. Eso me completa –afirma-, me hace muy feliz”.
El servicio de los colegios estuvo organizado en una jornada de 8 a 16, turnándose cada dos horas. Este año participaron alumnos de Nuestra Señora de Lourdes, Nuestra Señora de la Unidad, Mater Dolorosa, Santísimo Sacramento, Santos Gaynor, San José y San Agustín.
Los alumnos se conmovían al ver que desde los más chiquitos hasta los ancianos, solos o en familia, llegaban rezando con tanta devoción . Y coincidían en que las filas son tan diversas y tienen tantas historias de vida que movilizan a quien las escucha . “El joven está muy encerrado en sí mismo, muy preocupado por las cosas que le pasan a él –advierte Pastorino-, pero acompañar a la gente inevitablemente le toca el corazón y cuando eso pasa aparece Dios”.
Ese fue el caso de Josefina, del colegio San Agustín, de Devoto, que llegó con mucho entusiasmo a su primera misión: “Siempre me gustó escuchar y tratar de ayudar, pero lo que viví superó todo lo que imaginaba”. A lo que Julián, del colegio Mater Dolorosa, del mismo barrio, ya con más experiencia por ser su segundo año, agrega: “Al principio no tenés idea de cómo ayudar a la gente. Te parece increíble que alguien pueda sostenerse en vos y la sensación es que no te querés ir, que en realidad recibís más de lo que das”.
Pastorino cree que la vivencia es tan valiosa para sus vidas que vuelven a la escuela con sus testimonios. “Al día siguiente lo comparten con sus compañeros y profesores y se va generando la cultura del encuentro que nos pide el papa Francisco. La idea -agrega- es que cada año participen más colegios, porque es una manera de educar en la fe, que además de la oración, tiene el encuentro cotidiano con la gente, con Jesús que nos llama desde la calle, desde la vi- da de cada una de las personas”.