Por: Marco Gallo
El Papa Francisco en este mes de marzo ha pedido en sus intenciones para que se rece por los cristianos perseguidos. Al hacerlo a través del mensaje mensual en video, Jorge Bergoglio advierte que “quizás nos cueste creerlo, pero hoy hay mas mártires que en los primeros siglos”. En rigor, Francisco ha hecho de la memoria de los mártires un punto central de su reflexión en estos seis años de pontificado. Los mártires son testigos de la fe, testigos de la fidelidad al Evangelio, también, o sobre todo, en tiempos de tribulaciones, de sufrimientos, en diferentes niveles, en la Iglesia Católica. Mártires que han derramado su sangre, pero también mártires en la vida cotidiana como muchas veces ha recordado Jorge Bergoglio en sus homilías o en el última exhortación apostólica sobre la santidad “Gaudete et exúltate”:
“Aceptar cada día el camino del Evangelio aunque nos traiga problemas, esto es santidad”, dice. Y de forma muy clara reflexiona: “No me refiero solo a las situaciones crudas de martirio, sino a las humillaciones cotidianas de aquellos que callan para salvar a su familia, o evitan hablar bien de sí mismos y prefieren exaltar a otros en lugar de gloriarse, eligen las tareas menos brillantes, e incluso a veces prefieren soportar algo injusto para ofrecerlo al Señor. «En cambio, que aguantéis cuando sufrís por hacer el bien, eso es una gracia de parte de Dios»” (1 P 2,20 - GE 119).
El mártir no es un héroe, es un cristiano fiel al seguimiento de Jesús que las condiciones históricas pueden llevarlo hasta dar la vida por el Evangelio. Hay mártires más conocidos como puede ser el obispo Oscar Romero, recientemente canonizado, que ha dado su vida mientras celebraba la eucaristía, que anunciaba la injusticia social y política contra el pueblo y defendía a los más pobres en El Salvador. Pero hay mártires casi desconocidos, como es el caso, descrito por Andrea Riccardi, fundador de Sant’Egidio, de aquella mujer anciana y analfabeta cerca de Roma que, durante la Segunda Guerra Mundial, fue asesinada por los nazis, solo porque eligió ser fiel al catecismo que había aprendido desde niña y había hospedado en su casa a unos militares ingleses. Ella, siguiendo con fidelidad el Evangelio, los había acogido.
Los mártires son como ángeles que nos anuncian también en momentos dramáticos y más oscuros de la historia, la presencia de Jesús y de su misericordia. En un tiempo de deshumanidad representan la humanidad verdadera que lucha contra la cultura de la muerte y del odio. Hay un ecumenismo de la sangre, término acuñado por el Papa Francisco, que contribuye de manera profunda a fortalecer la unidad de la Iglesia. A esta unidad de las Iglesias cristianas -víctimas de la persecución-, la Comunidad de Sant’Egidio hace su contribución, como ha sido en años pasados en Buenos Aires con la presencia de Jorge Bergoglio, con la vigilia de la oración ecuménica en memoria de los Nuevos Mártires y Testigos de la Fe de nuestros tiempos. Oficio que este año se hará el Martes Santo, 16 de abril, en la Iglesia de San Ildefonso, en el barrio de Palermo.