LA SORPRESIVA ELECCION DE UN ARGENTINO

Un día inolvidable que emocionó a los argentinos

Por: Sergio Rubin

La noticia se conoció un miércoles cuando muchos estaban fuera de su casa. Sonaron campanas y bocinas.
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“El primero que se entere que hay fumata blanca debe avisar”, habíamos acordado los dos periodistas y el fotógrafo de Clarín. La idea era ir lo más rápidamente posible hasta la Plaza de San Pedro para poder ingresar y así asistir al anuncio y ver al nuevo Papa. Es que siempre son muchos los que van al Vaticano cuando comienza a salir el humo blanco que avisa que se produjo la elección. Los periodistas -los acreditados rondaban los cinco mil- teníamos un espacio asignado, pero había que llegar antes de que la muchedumbre sea compacta e impida el paso. El aviso  llegó el segundo día del cónclave, tras la última votación de la jornada. Y partimos raudos.

Caía la tarde -fría y lluviosa- del miércoles 13 de marzo, las calles de Roma se estaban congestionando, pero trabajosamente llegamos hasta nuestro puesto. Entre el resultado del escrutinio y los rituales hasta el anuncio en el balcón de la basílica suele pasar casi una hora. Los vaticanistas (los periodistas que cubren la información de la Santa Sede) no habían detectado un firme candidato, lo que aumentaba la incertidumbre. De pronto, las cortinas se corrieron, las puertas se abrieron, apareció el cardenal protodiácono (el más joven), Jean-Louis Tauran, se acercó al micrófono y exclamó: Habemus Papam, provocando una ovación.

Inmediatamente, el cardenal Tauran pronunció los nombres de pila del flamante pontífice, que resultaron prácticamente inaudibles en el extremo de la plaza donde estábamos. Pero el apellido sonó fuerte y claro. Nuestra sorpresa y alegría fueron enormes: un compatriota, Jorge Mario Bergoglio, se había convertido en el 266º sucesor de Pedro. Pero también en el primer latinoamericano y el primer jesuita en ser elegido Papa. La concurrencia celebraba que la Iglesia tuviera un nuevo Vicario de Cristo, pero -salvo un pequeño grupo de argentinos- se preguntaba quién era el protagonista de una elección tan singular.

Francisco inmediatamente cautivó a todos porque optó por un saludo coloquial. “Hermanos y hermanas, buenas tardes”, comenzó diciendo en un italiano aprendido en la casa de sus padres y abuelos piamonteses. Inmediatamente, con una sonrisa, dijo que los cardenales se habían atrevido a elegir a un cardenal “casi del fin del mundo”. Cayó muy bien que rezara por Benedicto XVI. Y que tras la bendición Urbi et Orbi, pidiera por primera vez como Papa que rezaran por él. “Buenas noches y buen descanso”, se despidió.

En la Argentina la noticia sorprendió a muchos en la oficina, la calle, la escuela, la fábrica, en un medio de transporte por ser un día de semana y rondar las cuatro de la tarde. Pero se expandió con la velocidad de un rayo, favorecida por los celulares y las redes sociales. Como a los argentinos que estábamos en la Plaza de San Pedro, aquí también la gran sorpresa se mezcló con la enorme alegría. No fueron pocos los que se emocionaron hasta las lágrimas. Mientras que a los bocinazos se sumara el repicar de las campanas de las iglesias a lo largo y a lo ancho del país.

Las escalinatas de la catedral metropolitana fue en Buenos Aires el punto de encuentro de muchos católicos que se acercaron espontáneamente a festejar. Hubo banderas argentinas y del Vaticano, cánticos y vítores al nuevo Papa. “¡Francisco/ primero/ te quiere el mundo entero!” era uno de los tantos cantos que se improvisaban. No tardó en oficiarse una misa dentro del templo en acción de gracias a Dios por la elección de Jorge Bergoglio y para que el Señor lo acompañe en su pontificado, que se presentaba lleno de tremendos desafíos.

Después se conocería que, entre otros gestos, Francisco llamaría a su diariero para que no le lleve más el diario al arzobispado. Además, pediría a aquellos argentinos que estaban planeando ir a su toma de posesión el 19 de marzo -festividad de San José, del cual Bergoglio es devoto- que no lo hicieran y que el dinero ahorrado lo destinaran a los pobres. Antes, mantendría un encuentro con los miles de periodistas en el que sorprendería por sus austeros zapatos negros, dejando de lado los característicos rojos de los pontífices.

En su discurso también impactaría con un concepto que se convertiría en uno de los pilares de su pontificado: “¿Cómo anhelo una Iglesia pobre para los pobres”, exclamó. No por casualidad había tomado el nombre del santo del Poverello de Asís. Como en los grandes acontecimientos, los argentinos no olvidarán dónde estaban cuando se anunció que un argentino se convertía en Papa. La emoción deja una fuerte marca en la memoria.