Por: Sergio Rubin
Como director nacional de la Pastoral Juvenil Gustavo Mangisch fue protagonista de hechos históricos de la Iglesia en la Argentina. A principios de los ’80 fue al Vaticano junto con un joven chileno a llevarle a Juan Pablo II una declaración de gratitud firmada por millones de chicas y muchachos de ambos países por haber evitado una guerra entre las dos naciones y abierto con su mediación una senda hacia la superación del diferendo limítrofe.
Sin embargo, la Argentina no zafaría de una guerra y la dictadura que la gobernaba decidiría poco después una conflagración con Gran Bretaña por las Islas Malvinas. Otra vez Juan Pablo II quiso estar cerca, esta vez para confortar. Y allí estuvo de nuevo Gustavo, en esta ocasión contándose entre los organizadores de la vigilia que se realizó la noche anterior junto al Monumento de los Españoles a la espera de la misa que allí oficiaría el pontífice.
Cuatro años más tarde, en 1987, ya en democracia, Juan Pablo II pudo realizar la tradicional visita pastoral al país que abarcó varias provincias. Y que concluyó un fin de semana en la avenida 9 de Julio con la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud. En la noche del sábado, en un marco multitudinario, Gustavo tuvo el privilegio de darle la bienvenida en nombre de los jóvenes argentinos a un Papa con poncho rojo y mate en mano.
Dirigente de la Acción Católica, Mangisch participó de la organización del Congreso Mariano Nacional que se realizó en Mendoza en 1980 y el Encuentro Nacional de Juventud, que tuvo lugar en Córdoba, en 1985. Nacido en Lomas de Zamora, se casó con Ana Spinelli, tuvo cuatro hijos y llegó a ser abuelo. Era doctor en Ciencias Sociales (UBA), en Ciencias de la Administración (UB) y en Ciencias de la Comunicación (USAL).
Fue director general del Grupo Educativo Marín, de San Isidro, donde encaró un innovador proceso de transformación. Docente universitario, dirigía la maestría en Gestión de Nuevas Tecnologías en Comunicación de la Universidad Católica de Cuyo y escribía con frecuencia artículos sobre educación e innovación para el diario La Nación.
El 20 de junio Gustavo murió de un infarto, a los 68 años, en Bariloche mientras visitaba a uno de sus hijos. Familiares, amigos y tantos que lo apreciaban colmaron la enorme capilla del colegio Marín para darle el último adiós en la misa de cuerpo presente.
Entre ellos se contó el obispo Jorge Casaretto, quien en una sentida prédica recordó a su entrañable amigo. El tema musical elegido para despedirlo no podía ser más acertado: Honrar la vida.