Frente a la tendencia en la sociedad occidental a generalizar lo que ocurre en los sectores islámicos radicalizados, cada vez se detectan más
esfuerzos entre los musulmanes en pos de difundir “el verdadero Islam” y sus recta doctrina. Uno de los principales protagonistas de estos ensayos es el movimiento de Fethullah Gülen, un líder espiritual turco de gran predicamento y muy emprendedor, que hace medio siglo se propuso demostrarle a
Turquía –su país natal– y al mundo que existe un Islam democrático y respetuoso de otras religiones. Un Islam que no quiere “conquistar” países para convertirlos en teocracias, ni pretende asfixiar la vida pública con preceptos que no todos comparten.
Pero que, a la vez, pide que no se combatan sus creencias y se respeten sus prácticas, como rezar cinco veces por día, o no beber alcohol (como prescribe el Corán). O que las mujeres que así lo quieran puedan llevar el velo.
No es casual que el movimiento de Gülen haya surgido en Turquía. Después de fenecido el Imperio Otomano, con sus seis siglos de sultanes, el fin de la Primera Guerra Mundial abrió paso, en 1923, a la creación de una república “democrática, secular y constitucional” liderada por el jefe militar Mustafá Kemal Pasha (Atatürrk). A partir de entonces los militares se convirtieron, de hecho, en los guardianes del “Estado laico”. Un papel que nunca perdieron, aún hoy, cuando rige una democracia exitosa.
Cada vez que el Islam parecía recuperar terreno, aunque sea porque se difundía el uso del velo, el poder militar volvía a imponer las restricciones. Gülen interpretó que debía encararse un esfuerzo para despejar las sospechas de un avance indebido de lo religioso en lo público, sin perjuicio del libre ejercicio de las creencias en una población donde el 95% se declara islámico.
Para este líder espiritual que se formó con grandes maestros del Islam y sobresalió por sus condiciones, la clave para luchar contra los prejuicios y evitar eventuales deformaciones en las prácticas religiosas es la educación, no sólo como transmisora de conocimiento, sino como recta formadora en
los valores.
Por eso, tras un período de inicial prédica en varias mezquitas, se lanzó a crear escuelas y, más tarde, universidades. Hoy son cientos los colegios y varias las casas de altos estudios que fundó en Turquía y muchos otros países. Centros de estudios que se caracterizan por su educación de excelencia y exhiben con orgullo los premios en olimpíadas internacionales de las diversas disciplinas. Consciente de que los medios de comunicación son fundamentales en la difusión de un Islam moderno, Gülen logró que su movimiento accediera en Turquía a una de las cinco cadenas nacionales de
TV, tenga varias señales de cable, decenas de radios y el diario más importante, Zamán, con 700 mil ejemplares de tirada diaria. Últimamente, consiguió levantar, además, algunas clínicas con equipamiento de última generación. Todo fue posible –dicen sus seguidores– gracias a un sistema muy disciplinado y descentralizado, donde cada emprendimiento tiene sus responsables. Y, por supuesto, a benefactores que se entusiasmaron con las metas de Gülen y su metodología de apostar a la educación y los valores.
Gülen, además, cree que las religiones están llamadas a tener un papel preponderante en este siglo en el bienestar de la humanidad. Por eso, busca un acercamiento con otros credos. Así, por caso, construye puentes con el mundo judío. En 1992, visitó al entonces Papa Juan Pablo II para presentarle una propuesta tendiente a contribuir a la solución del conf licto en Oriente Medio. Tras el atentado a las Torres Gemelas, salió a decir con fuerza que “un musulmán no puede ser terrorista y un terrorista no puede ser musulmán”.
En la Argentina el movimiento desembarcó hace una década. Hoy tiene un colegio en el barrio porteño de Floresta (Hércules) y proyecta otro, también en Capital. En los últimos años, durante el Sagrado Mes de Ramadán, ofició ceremonias en varias iglesias y sinagogas y hasta en el Congreso.
Sus representantes difundieron felices hace dos años el hecho de que Gülen fuese elegido el intelectual más influyente del mundo en una votación por Internet promovida por la revista norteamericana Foreign Policy.