Por: Sergio Rubin
¿Después de más de medio siglo de violencia guerrillera y paramilitar mezclada con narcotráfico, que dejó un saldo de 260 mil muertos, 60 mil desaparecidos y siete millones de desplazados, puede una sociedad perdonar a sus victimarios? ¿O debe exigir el cumplimiento a rajatabla de la justicia, sin importar si ello dificulta el camino hacia la paz? ¿En qué punto el anhelo de justicia puede convertirse en deseo de venganza? ¿Perdonar significa olvidar? En todo caso, ¿quién debe perdonar y bajo qué circunstancias? ¿Qué aporte puede hacer la fe a favor de sanar las heridas? Todas estas preguntas fueron respondidas en una auténtica catequesis social del papa Francisco durante su reciente visita a Colombia, aclamado por multitudes entusiastas . Porque, como él mismo dijo, su viaje a tierras colombianas era “muy especial”: para contribuir a la paz por el camino de la reconciliación nacional.
La prédica de Francisco no podía ser más oportuna y al mismo tiempo crucial: la sociedad colombiana está muy dividida sobre los acuerdos de paz a los que llegó el año pasado el gobierno con el principal grupo guerrillero –las FARC – tras años de negociaciones respaldadas por el Vaticano. Los entendimientos fueron, sin embargo, rechazados en un referéndum celebrado en noviembre, cuando se impuso ajustadamente el No por considerar que se consagraba la impunidad. Actualmente se busca mejorarlos, quitándoles beneficios a las FARC. Pero la población –que se profesa en su gran mayoría católica– está muy polarizada y, mientras el presidente Juan Manuel Santos encabeza la defensa de los acuerdos que le valieron el Premio Nobel de la Paz, su antecesor, Alvaro Uribe, se opone tenazmente. Y si bien fue a la misa que el pontífice ofició en Medellín, no concurrió al encuentro del Papa con Santos y referentes de la sociedad civil en Bogotá.
El tramo más medular de la visita fue cuando el Papa presidió en Villavicencio, la región más azotada por la guerrilla y los paramilitares, el Gran Encuentro por la Reconciliación Nacional. Allí escuchó desgarradores testimonios de víctimas dispuestas a perdonar y victimarios que ofrecían su perdón y formas de reparación. Tras escucharlos, Francisco dijo: “¡Cuánto bien nos hace escuchar sus historias! Estoy conmovido. Son historias de sufrimiento y amargura, pero también y, sobre todo, son historias de amor y perdón que nos hablan de vida y esperanza; de no dejar que el odio, la venganza o el dolor se apoderen de nuestro corazón”. Señaló que “también hay esperanza para quien hizo el mal; no todo está perdido. Es cierto que en esa regeneración moral y espiritual del victimario la justicia tiene que cumplirse”.
A una de las víctimas le dijo: “No se puede vivir del rencor, te has dado cuenta de que no se puede vivir del rencor, de que sólo el amor libera y construye. Y de esta manera comenzaste a sanar también las heridas de otras víctimas, a reconstruir su dignidad”. Y concluyó: “La violencia engendra más violencia, el odio más odio, y la muerte más muerte. Tenemos que romper esa cadena que se presenta como ineludible, y eso sólo es posible con el perdón y la reconciliación”.
Finalmente, el Papa exclamó: “Queridos colombianos: no tengan temor a pedir y a ofrecer el perdón. No se resistan a la reconciliación para acercarse, reencontrarse como hermanos y superar las enemistades. Es hora de sanar heridas, de tender puentes, de limar diferencias. Es la hora para desactivar los odios, renunciar a las venganzas y abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad y en la creación de una verdadera cultura del encuentro fraterno”.
Detrás del Papa pendía una estremecedora imagen de un Cristo mutilado de Bojayá, en el departamento de Chocó, que sufrió graves daños en 2002 cuando –producto de una bomba de las FARC– fueron masacradas 79 personas que se refugiaron en la iglesia escapando de un enfrenamiento entre el Ejército, los guerrilleros y los paramilitares. Toda una síntesis de una historia horrorosa que la sociedad colombiana quiere dejar atrás. Aunque todavía el otro grupo guerrillero, menos numeroso pero acaso más cruel, el ELN, no llegó a un acuerdo con el gobierno, al menos dispuso una tregua de 100 días como gesto ante la visita del Papa.
Luego, en la misa de Cartagena, Francisco advirtió que los acuerdos entre el gobierno y las FARC tendrán futuro en la medida en que el espíritu reconciliador embargue a toda la sociedad. “Los caminos de pacificación, de primacía de la razón sobre la venganza, de delicada armonía entre la política y el derecho, no pueden obviar los procesos de la gente. No alcanza con el diseño de marcos normativos y arreglos institucionales entre grupos políticos o económicos de buena voluntad”, dijo.
Un espíritu que debe alcanzar principalmente a víctimas y victimarios porque para ellos dar el perdón y disponerse a recibirlo es personal. También lo dijo allí Francisco: “Este camino de reinserción en la comunidad comienza con un diálogo de a dos. Nada podrá reemplazar ese encuentro reparador; ningún proceso colectivo nos exime del desafío de encontrarnos, de clarificar, de perdonar”.
Y completó con una serie de puntualizaciones clave: “Las heridas hondas de la historia precisan necesariamente de instancias donde se haga justicia, se dé posibilidad a las víctimas de conocer la verdad, el daño sea convenientemente reparado y haya acciones claras para evitar que se repitan esos crímenes”. A la vez que señaló que perdón no implica olvido.
Acaso el primer y sorprendente fruto de la prédica de Francisco fue la carta que le envió el máximo líder de las FARC, Rodrigo Londoño –alias Tomochenko– en la que le pide que lo perdone por el dolor que su organización causó en más de 50 años de actividad guerrillera. Llaman gratamente la atención sus argumentos: “Sus reiteradas exposiciones acerca de la misericordia infinita de Dios, me mueven a suplicar su perdón por cualquier lágrima o dolor que hayamos ocasionado al pueblo de Colombia o a uno de sus integrantes”.
Tras señalarle que las FARC han “declinado cualquier manifestación de odio y de violencia”, ahora tiene el ánimo de perdonar a quienes fueron sus enemigos. “Cumplimos el acto de contrición indispensable para reconocer nuestros errores y pedir perdón a todos los hombres y mujeres que de algún modo fueron víctimas de nuestra acción”, le escribió.
“No sé si estaría del todo bien implorar de usted, que con el magnífico poder de su oración, elevara su voz e invitara a orar también a todo el pueblo colombiano, para que no se vaya a frustrar el enorme esfuerzo que involucró conformar la Mesa de Conversaciones”, termina.
De todas formas, el Papa advirtió más de una vez que una paz segura y sostenida en el tiempo se logrará cuando no haya excluidos porque las diferencias son caldo de cultivo para la violencia. En la homilía de la misa en Cartagena dijo al respecto: “Si Colombia quiere una paz estable y duradera, tiene que dar urgentemente un paso en esta dirección, que es aquella del bien común, de la equidad, de la justicia”.
Tras la visita del Papa algo es seguro: tocó los corazones de una inmensa mayoría de colombianos. Para muchos, su paso puede ser el inicio de una nueva era que implica dar el primer paso –como era el lema de la visita– en el arduo camino que lleva al perdón.