Por: Daniel Goldman
Los relatos no son cosas simples. Cada individuo y cada comunidad cuentan historias que los vinculan a un pasado remoto y a un futuro compartido.
Estas descripciones y representaciones populares ayudan a resolver dilemas morales, que en definitiva explican quiénes son y cómo quieren ser.
El acto de precisar cómo un pueblo sueña ser, amplia las oportunidades de la existencia. Cómo contamos la historia crea el significado de nuestra vida. Por eso, mirar los largos trayectos, y descubrir lo que aún permanece, resulta siempre un buen ejercicio.
La memoria de Januká data del año 164 a.e.c. . Los antiguos maestros de la tradición judía narran diciendo que los Macabeos, después de batallar duramente contra los seléucidas helenistas liderados por Antíoco IV, recapturan el Sagrado Templo de Jerusalén. En el recinto principal encuentran un pequeño recipiente de aceite puro, que contenía lo suficiente como para permanecer encendido durante una noche. Pero se produce un milagro, ya que el aceite ardió durante ocho días.
Es por eso que hasta el presente seguimos encendiendo el cande- labro durante este mismo ciclo.
Ésta saga, núcleo de la celebración, destaca de manera sutil que por encima de todo, no son las contiendas bélicas las que corresponden trascender en la memoria, sino que debe ser el designio divino a través de hechos maravillosos y extraordinarios lo que debe prevalecer.
Este bello principio de paz está rubricado en la frase del profeta cuando asevera: “Esta es la palabra del Señor...no por la fuerza ni por el poder sino por Mi espíritu” (Zacarías 4:6).
La máxima trazada por los sabios de Israel es la de fomentar la armonía y la piedad, como modo específico para nutrir a las comunidades que estaban construyendo. Por eso, trataban de evitar historias de violencia, enfatizando los valores de la fe y el amor a Dios por encima de cualquier choque y furor.
También hay otra historia, que es menos popular, pero muy significativa: El Midrash cuenta la historia sobre Adam, el primer ser humano, que cuando vio que las horas del día eran cada vez más cortas, dijo: “Ay de mí! Tal vez porque he pecado, el mundo se está oscureciendo a mi alrededor y está volviendo al caos previo a la creación. Esta es la sentencia de muerte que el Cielo me ha impuesto! Entonces se sentó durante ocho días en ayuno y oración. Un tiempo después, cuando vio que los días se volvían cada vez más largos, dijo: “Este es simplemente el camino del mundo!. Fue y celebró una fiesta de ocho días.
Esta historia ejemplar resalta el mensaje universal de Januká. El mismo nos enseña que a pesar del temor que producen los momentos de oscuridad y que nos convierten en seres vulnerables, no debemos dejarnos consumir por esos miedos. Januká es la celebración que revela que la luz y la tranquilidad volverán nuevamente, porque así son los ciclos de la vida. En la existencia hay momentos de sombra y de sol, de dolor y de alegría. Y madurar en la vida significa contemplar ambas dimensiones, enfrentándolas con dignidad.