Por: Sergio Rubin
La visita del Papa Francisco a Ecuador, Bolivia y Paraguay no sólo despertó un entusiasmo desbordante entre los cientos de miles de fieles que se congregaron en las misas, en los otros tantos que se agolparon para verlo pasar por las calles y en los muchos que participaron de sus encuentros con diversos sectores de la sociedad -además del sentimiento de los millones que la siguieron por televisión-, y que implicó una gran inyección de vitalidad para las comunidades católicas de cada país. Lo cual, de por sí, no es poco. Sino que también su viaje obró -a través de las palabras y los gestos- como una gran guía para el accionar de las iglesias locales -el clero y los laicos-, o sea, para vivir la fe y anunciar el Evangelio en los diferentes ambientes y ante los más diversos desafíos que plantea el mundo de hoy. Y, pese a hacer severos señalamientos sociales, dijo que la edificación de un mundo mejor “no es una utopía”.
Es cierto que el gran detonante de tanto fervor fue la figura del Vicario de Cristo. Porque la gira papal permitió comprobar una vez más, ahora en Sudamérica, su “patria grande”, lo admirado y querido que es Francisco por su modo de proclamar la Palabra de Dios, sus actitudes coherentes, su austeridad, su sencillez y su simpatía. Había que ver a esas multitudes en Quito y Asunción que pasaron la noche bajo la lluvia y el barro en los predios donde celebraría la misa para asegurarse así un lugar que les permitiera verlo más de cerca. O a aquella otra que en Guayaquil soportó un calor impiadoso y un sol abrasador durante la celebración eucaristía, sin que nadie desertara. O la emoción, muchas veces hasta las lágrimas, que suscitaba a su paso en el papamóvil. Pero sus palabras y sus gestos constituyeron una verdadera catequesis sobre el comportamiento que deben tener los católicos y el modo en que debe actuar la Iglesia. Y acerca de una institución fundamental como la familia, hoy en crisis. Además de un señalamiento de las actitudes de los dirigentes que no ayudan al ejercicio recto de la democracia y de las prácticas económicas que excluyen a vastas capas de la población, y que exigen un “proceso de cambio”. Sin olvidar males como la corrupción, el narcotráfico y la violencia.
Todo estos último, como aclaró el propio Papa, desde la Doctrina Social de la Iglesia, no inventando nada. O, como en el caso de los pobres, des- de las Sagradas Escrituras porque, como él también precisó, los pobres son el corazón del Evangelio. Aunque, por cierto, con la impronta de Francisco.
Así, por ejemplo, al visitar el barrio más pobre de Asunción, dijo que “una fe que no se hace solidaria no es auténtica por más que vayamos a la iglesia todos los domingos”. Luego, en una misa señaló que “el camino de cristiano es transformar el corazón (...). Es pasar de la lógica del egoísmo, de la lucha, de la división, de la superioridad, a la lógica de la vida, de la gratuidad, del amor. De la lógica del dominio, del aplastar, manipular, a la lógica del acoger, ayudar”. Y subrayó que la Iglesia es “la casa de la hospitalidad con el hambriento, con el sediento, con el forastero,
con el desnudo, con el enfermo, con el preso (...) con el que no piensa como nosotros, con el que tiene otra fe la perdió, a veces por culpa nuestra”. Y redondeó: “Lo propio de la Iglesia no es gestionar proyectos, sino aprender a vivir la fraternidad con los demás”.
En la misa de Guayaquil, el Papa hizo una encendida defensa de la familia y de su papel formador en valores, donde a prende a decir per- miso, gracias, perdón . “La familia es el hospital más cercano, la primera escuela de los niños, el grupo de referencia imprescindible para los jóvenes, el mejor asilo para los ancianos. La familia constituye la gran ‘riqueza social’ que otras instituciones no pueden sustituir, que debe ser ayudada y potenciada para no perder nunca su justo sentido de los servicios que la sociedad presta con los ciudadanos. Es efecto, estos no son una forma de limosna, sino una verdadera ‘deuda social’ respecto a la institución fa- miliar, que tanto aporta al bien común de todos”. Además de que la familia “también forma una pequeña ‘Iglesia doméstica’ que, junto con la vida, encauza la ternura y la misericordia divina”.
En materia política, el Papa hizo una clara advertencia en la misa en el Parque del Bicentenario, en Quito: “La historia nos cuenta que (la lucha por la independencia) sólo fue contundente cuando dejó de lado los personalismos, el afán de liderazgos únicos”. Y agregó: “La inmensa riqueza de lo variado, lo múltiple que alcanza la unidad cada vez que hacemos memoria de aquel Jueves Santo (cuando Jesús le pidió a sus discípulos que sean uno), nos aleja de la tentación de propuestas más cercanas a dicta- duras, ideologías o sectarismos”.
En lo económico, Francisco pronunció durante este viaje, en el II Encuentro de Movimientos Populares, acaso su mensaje más duro, al señalar que este sistema -que ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier precio costo sin pensar en la exclusión social o la destrucción de la naturaleza (...) no se aguanta”. Y llamó a un “cambio de estructuras”, que es un proceso, que no se hace de un día para construir “una alternativa humana a la globalización excluyente”. Pero luego, en Paraguay, aclararía que no debía ser desde la ideología, que termina “usando a los pobres” y derivando en dictaduras.
Si a sus mensajes se le suman sus visitas a villas de emergencia, hospitales, cárceles para mostrar la proximidad de la Iglesia con las situaciones de dolor, se completa un itinerario de palabras y gestos llamados a ser una suerte de hoja de ruta para la Iglesia en América Latina. El tiempo dirá si la semilla que plantó dio sus frutos.
FRANCISCO QUISO ESTAR CON TODOS
Una actividad muy intensa
Además de las misas multitudinarias y de sus grandes mensajes, Francisco quiso estar cerca de diversas realidades, particularmente de dolor. Por eso, visitó villas miseria, hospitales y cárceles, durante las que buscó confortar a ancianos, enfermos y presos. Pero no satisfecho con todos esos encuentros agregó otros más como en el caso de Paraguay, que sumó su paso por la cárcel de mujeres Buen Pastor, donde medio centenar de reclusas le cantaron una canción. O por la fundación San Rafael, del padre Aldo Trenti, que se ocupa de la atención de enfermos de sida y cáncer. El padre Trenti no salía de su asombro por la sorpresiva visita. “Yo le pedí al Nuncio en Paragua que el Papa viniera, pero no me imaginé que iba a hacerlo”, decía emocionado tras la partida de Francisco. El hecho de que el Papa haya sumado actividades, sobre todo hacia el final del viaje, echó por tierra las versiones sobre un deterioro de su estado físico. “El Papa está muy bien”, tuvo que decir el vocero papal, padre Federico Lombardi. Ni siquiera la tan temida altura de La Paz -3.600- lo afectó. ¿Su secreto?, le preguntó el periodista: “Tomo mate, pero no masqué coca”, le respondió sonriente.