Por: Daniel Goldman
El auge de las apuestas on line sitúa el tema en el centro de la discusión pública y enciende las alarmas sobre sus consecuencias individuales y colectivas. Ante el fenómeno cabe preguntarse ¿Existen respuestas judías sobre esta cuestión?
Aunque la literatura judía por lo general no contiene una prohibición explícita sobre los juegos de azar, la mirada tradicional hacia esta práctica ha sido marcadamente negativa. La fuente más antigua en el tema se encuentra en la Mishná, tratado Sanhedrín (3:3), donde se establece de manera taxativa que quien “juega con dados” es inelegible para actuar como testigo en un tribunal.
El Talmud amplía esta disposición y origina un debate que perdura hasta nuestro presente. Existen dos interpretaciones principales sobre el motivo de esta inhabilitación.
Según una de las corrientes, el juego de azar constituye una forma de robo, ya que el dinero apostado se obtiene de quien lo entrega contra su verdadera voluntad. Y aunque la apuesta parezca voluntaria, el perdedor no consiente plenamente la pérdida, por lo que la transacción carece de validez jurídica. Desde esta perspectiva, incluso el jugador ocasional estaría incurriendo en una transgresión. La otra corriente, por el contrario, sostiene que el problema no radica en el robo, sino en que el hábito lo puede transformar en un jugador profesional. Esta ocupación se encuadra en la categoría de parasitismo social. Siendo que su actividad carece de utilidad productiva, se considera que no contribuye al mantenimiento del orden ético, moral y económico de la comunidad. En esta línea, la inhabilitación como testigo deriva de su falta de responsabilidad cívica.
Las implicancias legales dependen, por lo tanto, de cuál de estas razones se adopte. Si la descalificación se basa únicamente en el carácter frívolo y estéril del juego, podría tolerarse la apuesta ocasional y recreativa. En cambio, si se entiende que el juego implica una forma de apropiación indebida, toda práctica de azar quedaría vedada. En cualquier caso, la acción compulsiva o profesional ha sido condenado por las autoridades rabínicas.
Uno de los aspectos más debatidos es si esta desaprobación se refiere a todas las modalidades de juego o únicamente a las apuestas entre individuos. En este sentido, la lotería ha generado opiniones divergentes. Algunos sabios la consideran una forma de robo, mientras que otros la permiten, argumentando que el dinero proviene de un fondo común y no de una persona específica. En un carácter análogo, las rifas con fines benéficos suelen ser vistas con indulgencia, ya que se vinculan con actos de caridad.
Más allá de la discusión legal, el judaísmo ha subrayado reiteradamente los riesgos morales y sociales asociados al juego. A lo largo de la historia, rabinos y líderes comunitarios advirtieron sobre sus consecuencias destructivas, como el deterioro familiar, la violencia doméstica, la ruina económica y el alejamiento espiritual. Existen documentos de comunidades medievales que sancionan el juego con la privación de honores rituales en la sinagoga e incluso con la excomunión de los llamados “jugadores empedernidos”. El destacado rabino Jacob ben Asher (1269-1343), en su comentario a la Torá interpreta que Moisés antes de morir, advirtió a Israel sobre la corrupción moral que el juego puede generar. Desde su óptica, el jugador compulsivo no solo se degrada frente a su prójimo, sino que también se aparta de Dios al depositar su confianza en el azar.
En mi tarea pastoral, no pocas fueron las veces que tuve que asistir a personas afectadas por el flagelo impulsivo del juego. Puedo dar fe de la terrible angustia y del quebranto que provoca en el núcleo íntimo familiar. No tengo dudas de que la ayuda terapéutica funciona en consonancia con el principio legal de pikuaj nefesh —la preservación de la existencia y la salud—, que constituye uno de los valores supremos en el judaísmo.
A la par, existen organizaciones que trabajan de manera muy eficaz, y que de un modo cálido y profesional promueven programas de asistencia y prevención contra la ludopatía. El ser humano en crisis puede arruinarse la vida. Por lo tanto, no hay que tener vergüenza ni temor de acudir a ellas para sentirse socorrido, contenido y orientado.
* Rabino emérito de la comunidad Bet El
Co-presidente del Instituto de Diálogo Interreligioso (IDI)