Por: Carolina Sánchez Agostini
La polémica que rodea a la Educación Sexual Integral (ESI) estos días en torno a la distribución de algunos materiales no es más que el reflejo de una tensión conocida: la ESI ha dejado de ser vista como un espacio educativo y se ha transformado en una disputa ideológica. Las aulas, mientras tanto, se convierten en el campo de batalla.
En una sesión que di a docentes de escuelas estatales y privadas sobre educación sexual, surgió un debate crucial: ¿qué representa realmente la ESI? ¿Es un espacio científico diseñado para brindar formación basada en evidencia o, por el contrario, un ámbito para el activismo social o político? Una pregunta similar surgió hace poco en una entrevista con una agencia: “¿Es cierto que la ESI promueve ideologías a los estudiantes?”.
Responder a esta inquietud no es sencillo, y es precisamente esta ambigüedad lo que alimenta la polarización. En este marco, quienes más pierden son los adolescentes. Ellos, en su búsqueda de respuestas, navegan entre Netflix, TikTok y la pornografía (se estima que más del 80% de los adolescentes varones están expuestos a la pornografía, desde los 11 años). Mientras tanto, padres, madres y docentes evadimos responder o incluso, no habilitamos las preguntas.
En medio del ruido, surge una pregunta que sí puede guiarnos: ¿la ESI que impartimos es verdaderamente integral? La educación sexual debe abordar la multidimensionalidad de la persona y la salud: psicoafectiva, sexual, vincular, espiritual y social.
También es crucial que los contenidos sean adecuados al desarrollo y al contexto, basados en evidencia científica, que fomenten el pensamiento crítico y promuevan una reflexión sobre valores que puedan traducirse en acciones concretas.
Pero la integralidad no se logra únicamente desde el aula: requiere de la colaboración entre familias, escuelas, el Estado y otros actores sociales. La efectividad educativa solo se alcanza cuando las familias y las escuelas trabajan juntas.
La educación basada en la evidencia científica es una manera clara de garantizar un acceso real y de calidad a la educación. Cuando la ESI se basa en evidencia científica, trasciende las opiniones individuales de quien la imparte y ofrece herramientas actualizadas y objetivas para que cada estudiante pueda construir un proyecto de vida integral, relacional y saludable.
Es fundamental entender que convertir la ESI en un campo de batalla ideológico tiene consecuencias perjudiciales. Pareciera una pulseada entre perspectivas y, en esa pulseada, los principales perdedores son nuestros niños, niñas y adolescentes.
Omitir un tratamiento serio y adecuado sobre la sexualidad y el cuidado del cuerpo expone a los niños a mayores riesgos frente a intentos de abuso. Evadir el diálogo con adultos responsables acerca de las relaciones sexuales deja a la ficción pornográfica como la vía primordial de aprendizaje de los adolescentes. Y, al final, con ellos, perdemos todos como sociedad.
No se trata de disputar ideológicamente el espacio: se trata de entender que la ESI puede ser un ámbito educativo que fomente relaciones significativas, proyectos de vida esperanzadores y el desarrollo integral de cada niño, niña y adolescente. Nuestros chicos y chicas necesitan más que contenido académico: necesitan una educación que los ayude a crecer, a elegir y a proyectar un futuro con dignidad y esperanza.
* Dra en psicología.
Profesora de Comportamiento Humano de la Universidad Austral
Fuente: Clarín.